A menudo descubro que una idea que creo personal y original también la han tenido y la tendrán otras personas. La historia se repite. Ya hace más de 2.500 años se escribió: “No hay nada nuevo bajo el sol”. Todos somos un mismo ser viviendo la misma vida.
Si el mundo fuera un laboratorio, las personas seríamos pequeñas muestras de esencia, colocadas en diferentes probetas y sometidas a diferentes experimentos. Cada recipiente – probeta o cuerpo humano – traería restos de la esencia ya alterada de sus antecesores. Aunque en origen todas las muestras de esencia son idénticas, al mezclarlas con diferentes elementos provocarán reacciones diversas.

A cada ser humano, idéntico en esencia al resto, le diferencian variables totalmente fortuitas: su recipiente, las coordenadas espaciales-temporales que le han sido asignadas, sus antecedentes y las nuevas circunstancias a las que se le somete.
Visto así, es muy fácil identificarse con los demás y sentir empatía, sensación altamente reconfortante si experimenta plenamente.
Me resulta grato incluso cuando, haciendo práctica de esta identificación, me siento responsable de los delitos que hemos cometido los humanos desde que el mundo es nuestro. La Tierra es el campo de juego de unas criaturas cargadas de defectos – o efectos de reacciones bajo ciertas condiciones -, y asumo que esos errores podrían ser obra de cualquiera, incluso mía.

Puedo entender las fechorías de un delincuente. Es común decir que sus actos son condenables, pero quizás habría que comenzar condenando todos los infortunios que esa persona ha pasado, en última instancia, incluso la pobre falta de buen criterio con que ha sido educada.
Nos enseñan a odiar a los que consideramos malvados, pero también hay quien aprende, con envidia, a odiar a otros por considerarlos muy buenos. La realidad es que todos somos cualquiera, el bueno y el malo. La esencia es la misma. Mi naturaleza me hace partícipe de las fechorías del malvado y de las proezas del héroe.

Y es que también la persona que alcanza grandes logros tiene la ventaja de haber encontrado alicientes a su propósito, ya sea una privilegiada posición, o la exposición a elementos que han trabajado su resistencia, ayudándola a vencer los obstáculos con los que otros sucumbieron.
Apasionada del arte, me gusta identificarme con los artistas que han sido capaces de difundir obras maravillosas. Aplaudo su gran esfuerzo por plasmar el amor y la inquietud de todos nosotros de forma que podamos vernos reconocidos y expresar esos mismos sentimientos que les inspiraron. Comprendo su lucha, su duro esfuerzo, su pasión, sus dudas, sus enfrentamientos a la crítica y su satisfacción ante el reconocimiento de su labor. No hay diferencia entre ellos y el resto de los mortales, porque su trabajo podría haber sido llevado a cabo por cualquiera, incluso por mí, bajo las mismas circunstancias que ellos tuvieron.
Todos los seres humanos somos cocreadores de nuestro progreso como especie. Todos podríamos haber sido inventores, estrategas, filósofos, deportistas de élite, maestros, mecenas… O dictadores, inquisidores, asesinos en serie, conformistas o patosos. En realidad, todos nos hemos necesitado en todos estos roles para impulsar la evolución que estamos experimentando.

Agradezco a todos los villanos y a todos los héroes haberme enseñado otras versiones de mí, las que hubieran resultado si yo hubiera estado en sus zapatos. Y dejando de lado a los grandes referentes históricos, cuando tengo presente que en el mundo todos somos uno, disfruto plenamente la empatía por cuantos me rodean, sean quienes sean.

En algún sitio he leído que llevamos dos lobos dentro, uno bueno y otro malo y se apodera de nosotros el que más alimentamos. Efectivamente todos somos buenos y malos.
Qué buena imagen, me encanta tu comentario ¡gracias Xarona!