La fuerza de decirlo para hacerlo, pero con mesura

Hay veces que no quieres decir las cosas que te propones porque simplemente temes que te las chafen. Tal fue el caso de mi idea peregrina, no por insensata, sino en su sentido más literal: ir andando a casa de mis padres.

Se me ocurrió de repente que dos puntos tan familiares como mi casa y la de mis padres, que he unido durante años combinando todo tipo de medios de transporte, nunca habían sido conectados por un simple paseo a pie. Pues cogí y lo hice, y puedo añadir que de simple tenía poco, ya que no hay vías peatonales a lo largo de los 27 kilómetros de autopista, que acabaron siendo unos 40 de zigzag.

Ésa era la gracia del proceso, improvisarlo, buscarme la vida y descubrir mejor la geografía que creía tan familiar, pero que no lo era hasta que no me adentré en ella con mi cuerpecito desamparado.

No quise comentar nada de mi propósito a la gente de mi entorno porque temía las reacciones que luego, después de anunciar que ya lo había hecho, resonaron alrededor: “En la Sierra de Madrid tienes rutas más bonitas y señalizadas”; ”Eso tenías que haberlo preparado con antelación para no haber encontrado imprevistos”; “Por la vía de servicio habrías tardado menos”… Incluso quienes ya habían pensado que se podía intentar, y que tal vez hubieran querido sumarse a la aventura introduciendo sus aportaciones: “¡Mejor lo hacemos en bici!”.

La Casa de Campo, Madrid


Por supuesto que está genial escuchar los consejos de los demás y enriquecerse de sus aportaciones, pero a veces tenemos una idea muy clara de lo que queremos y sabemos que los otros, desde su perspectiva, no van a entender exactamente nuestro propósito. Con esta experiencia mi objetivo era marcar un cambio entre dos etapas de mi vida. Acababa de hacer un examen tras meses de estudio en soledad, y ahora tocaba ponerse a buscar trabajo. El paseo en sí no era más que un acto meditativo, una metáfora de todo emprendimiento y experiencia vital. Esta marcha a pie de casi 40 kilómetros por una ruta descabellada puede parecer un acto insustancial, pero para mí estaba lleno de sentido. En estos casos, lo que mejor me funciona es intentar hacer sin dilación eso que se me ocurre. Y es que dar muchas vueltas a una idea en la cabeza tiene el peligro de que tú mismo lo acabes boicoteando.


Pero por otro lado, demasiado secretismo pone las ideas en peligro de extinción. La idea es como una fogata en la que arden todos los elementos que la componen, pero si te gusta la discreción y que nadie se sienta apelado por sus llamas, la reduces a unas simples ascuas que con suerte calientan e iluminan tu rostro cuando te acercas a ver si siguen encendidas. Por eso es mejor darles un poco de potencia, y azuzarlas compartiéndolas con al menos una persona. Es lo que hice con esta idea en particular. Dos días antes de la andanza, cuando empecé a fraguar el proyecto, comenté mi propósito con mi profesora de chino, que está en China y conversamos por Skype. Ella no podía interferir de ninguna manera, más que preguntándome a la semana siguiente qué tal me había ido. Y sin ser ella consciente, utilizándola de confidente, me daba esa fuerza que te obliga a cumplir con tu palabra.

Esta fuerza opera en dos sentidos. Es bueno comentar propósitos para forzarse a llevarlos a cabo, por supuesto tiene muchas otras ventajas que, aunque no se dieran en este caso, no hay que descartar, como obtener consejos, compañía y ayuda para tus propósitos.

Pero un mal empleo de la fuerza ocurre cuando al comentar los propósitos lo acompañamos de la expresión de nuestros miedos y todo tipo de excusas que, si encima resuenan en tu interlocutor y te los devuelve como un eco, consigues que vayan creciendo como una bola de nieve.

Y es que las ideas, al ser expresadas, toman consistencia, y si es la expresión de limitaciones, significa que te las crees aún más, y lo que es peor, convences a los demás de que es así. En esa fogata que es la idea, los miedos, extremadamente inflamables, acaban por convertirse en llamas visibles a kilómetros, y ya muy difíciles de extinguir.

Me propongo hacer el experimento siguiente: actuar más; compartir cada propósito comedidamente; y expresar menos los impedimentos.

Chismilín

2 comentarios sobre “La fuerza de decirlo para hacerlo, pero con mesura

  1. Uy, no sabes lo bien que te entiendo.
    Particularmente me ocurre una cosa, es algo intuitivo y cuando esa intuición se empeña en hacer alguna cosa, no sé a donde me lleva pero la hago. Después mirando el resultado, resuelvo. Ya mayoría de las veces mi radar acierta.
    Un saludo.

Los comentarios están cerrados.

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