La honestidad como acto de rebeldía y generosidad

Antes de ir más lejos revelando mis pensamientos, quiero expresar mi profunda admiración y agradecimiento hacia la honestidad ajena.

La  expresión honesta planta cara a las críticas, renuncia a la ansiada búsqueda de popularidad que a menudo nos guía. Si siento que necesito hacer explícito mi aplauso a la gente honesta es precisamente porque a mí misma me cuesta expresarme sin tapujos.

Vivimos en una sociedad hipócrita que nos dice que lo más importante es la imagen, una la fachada detrás de la cual se esconden nuestras vergüenzas. No solo me refiero a esa carcasa corporal cada vez más estereotipada y todos los objetos que la escudan: ropa, complementos, móvil, coche, apartamento de diseño… También es típico de la buena imagen ostentar una actitud de triunfador, como si todo te fuera genial y no hubiera ninguna meta que se te resistiera. Y es que el hábitat natural de la buena imagen es un terreno altamente competitivo, en el que a falta de logros reales, basta con aparentar que estás por encima de todo hijo de vecino.

A pesar de las imposiciones sociales, todas las dictaduras tienen sus héroes. En el ámbito de la expresión de ideas, que es el que aquí me ocupa, mis héroes son ésos que se atreven a lamentarse en voz alta cuando comenten un error, aun sabiendo que es censurable: “he tenido un ataque de celos”; “he hecho una cagada en el curro”; “se me ha escapado un secreto”… O quien valientemente reconoce situaciones personales desventajosas: “yo nunca pillo los chistes”, “hay veces que odio ser madre”,“estoy con depresión”, “me comporto de forma bastante egoísta con mi pareja”…

Pero no siempre tienen que ser temas graves. La buena imagen y el decoro se sostienen sobre conceptos absurdos. Hay ciertas imposiciones culturales que tienen como función acomplejarnos por no encajar en el arquetipo de una perfección sobrenatural… Un ejemplo claro es el estigma que pesa sobre la edad, pero se suman muchos otros asuntos pudorosos, que en general no nos atrevemos a confesar y compartir, y que si lo hiciéramos nos ayudarían a entender mejor y aceptar nuestras propias inmundicias.

Para mí son frases bien sonantes las que te vienen regaladas de repente, como pequeñas joyas, de boca de una compañera de trabajo que te comenta: “yo meo en la ducha”; o de una amiga estilosa que te suelta un “tengo hemorroides”; o de un vecino que se lleva la mano al vientre y te explica “estoy fatal de los gases”; o del macizo de turno que reconoce “hoy me apesta el sobaco”; y entre todos te hacen sentir normal porque tú también tienes tus propios fenómenos naturales que te han enseñado a esconder. Ya lo sé, esto no es honestidad, es naturalidad. Pero cuando no quieres expresar las circunstancias que te incomodan y te obligas a mentir, a guardarte recelosa y egoístamente la realidad humana que te define, no sólo te conviertes en un mártir de la buena imagen, sino que privas a los demás de información útil para entender su propia existencia.

Y no siempre se trata de expresar debilidades, la honestidad también pasa por la expresión de los sueños personales. Esta osadía te coloca en el blanco de una diana para las críticas, regalando a los cobardes la posibilidad de tratarte de iluso, egocéntrico, ambicioso o idealista. A la gente que se atreve a expresar sus sueños le agradezco su ilusión y frescura. Especialmente de ellos tengo que aprender, pues son los que animan a echar el vuelo a los indecisos que nos camuflamos con el disfraz de la prudencia.

Hay dos variantes de esta “honestidad de expresión” que también hay que apreciar. Una son comentarios sinceros aún cuando expresen críticas hacia nuestra persona. También son una muestra de coraje por parte del que los expresa y nos da información preciosa para entenderse uno mismo. Y suponiendo que uno no quiera aceptarlos y se consuele tomándolos por envidiosos o combativos ataques inmerecidos, puede igualmente agradecerlos porque le brindan la ocasión de analizarse y entrenar su templanza.

Otra variante es la confesión de faltas, pero sin lamento implícito, al contrario, con gran orgullo, incluso con la esperanza de ganar popularidad. Tal es el caso de algunos que se dedican a presumir de carencias intelectuales y cívicas, sabiendo que son generalizadas y que pueden ayudarles a conectar con sus semejantes: “a mí me aburre leer”; “a mí me gusta que me inviten por ser mujer”; “no me gustan mis estudios pero los elegí para tener un trabajo bien remunerado”; “yo paso de pagar impuestos si puedo evitarlo”; “a mí no me interesa ni la política ni votar”; “yo siempre que puedo me cuelo en el transporte público”; “me gusta llevarme un recuerdo de los hoteles”… Por mucho que a mí me duela escuchar tales tipos de declaraciones, al menos aprecio su transparencia que me permite entender mejor las motivaciones de la sociedad en la que vivo, y detestarla, sí, pero con conocimiento de causa.

Iglesia de Santa María, Lloriana

Lo que sí que no entra en mi oda a la honestidad es la queja. La honestidad deja de ser tal cuando ya no es una confesión sentida y enriquecedora desde un punto de vista informativo. Quien se expresa mediante quejas se pone en una postura degradante haciendo gala de todo tipo de defectos, y la humildad pasa a ser victimismo: “Soy un desgraciado”, “no tengo amigos”, “nadie es capaz de enamorarse de mí”, “soy pobre”, “soy un inútil para los estudios”, etc…

Me propongo tomar como modelo a las personas honestas, imitar su forma de expresión sincera y espontánea. Quisiera osar decir lo que pienso, lo que siento, lo que quiero, y asumir que de todas formas, diga lo que diga, siempre habrá a quién no le guste oírlo. Quisiera conseguir ser igual de valiente con mis escritos y abrazar el riesgo de ser criticada. Con un poco de suerte, igual consigo que mi honestidad sea agradecida por quien buscaba a alguien que le animase a expresar lo que pudorosamente callaba.

Chismilín

7 comentarios sobre “La honestidad como acto de rebeldía y generosidad

  1. Comparto todo lo que comentas; se agradece la honesta naturalidad porque nos hace a todos un poco más iguales. Yo a veces digo una frase….”También la Preysler hace caca”. Gracias por compartir tus pensamientos!!!!!

  2. También son mis héroes quienes reconocen sus errores, generalmente la culpa es de los demás.

  3. Me gustó que iniciaras el blog con este concepto propio sobre la honestidad, me parece que más honesta no pudiste ser, dejando en claro lo mucho que la valoras.

Los comentarios están cerrados.

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